top of page

El síndrome de hybris - Martín Vásquez Villanueva @martinvasquezv


Martín Vásquez Villanueva


Según el médico y político británico David Owen (En el poder y en la enfermedad, Siruela, 2015), “la megalomanía puede ser uno de los gajes del oficio para los políticos, y su manifestación en forma desarrollada, la hybris, es un tema legítimo de estudio para la profesión médica”. Si bien la mayoría de los desórdenes o síndromes de personalidad que reconoce la salud mental se manifiestan en las personas antes de los dieciocho años y perduran por el resto de sus vidas, el síndrome de hybris, tal como lo considera Owen, es algo “que se manifiesta en cualquier líder pero solamente cuando está en el poder —y generalmente sólo después de haberlo ejercido durante algún tiempo.”


En su acepción original, acuñada en la Grecia clásica, la hybris remite a un orgullo desmesurado del poderoso, que se siente igual o por encima de los dioses y trata a los demás con insolencia y absoluto desprecio. Es una falta de templanza, una de las virtudes cardinales, es decir una falta de moderación, sobriedad y continencia. En el desarrollo moderno que plantea Owen, la hybris equivale un exceso de confianza en sí mismo que lleva al poderoso a interpretar equivocadamente la realidad que lo rodea y, en consecuencia, a cometer errores. Como diríamos coloquialmente, es perder piso, subírsele a uno el poder a la cabeza.


Para Owen, el síndrome de hybris puede diagnosticarse cuando un líder presenta tres o cuatro de los siguientes catorce síntomas o signos. Primero, “una inclinación narcisista a ver el mundo, primordialmente, como un escenario en el que pueden ejercer su poder y buscar la gloria, en vez de como un lugar con problemas que requieren un planteamiento pragmático y no autorreferencial”. Segundo y tercero, una predisposición a realizar acciones que los ensalcen y den una buena imagen de ellos, y una preocupación desproporcionada por esa misma imagen. El cuarto signo es una forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la exaltación. El quinto síntoma es tal identificación de sí mismos con el Estado, que llegan a considerar idénticos los intereses y perspectivas de ambos. Sexto: “Una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o utilizando el ‘mayestático’ nosotros.”


Síntomas y signos séptimo a doceavo: excesiva confianza en el propio juicio y desprecio del consejo y crítica de otros; exagerada creencia en lo que pueden conseguir personalmente, rayando en un sentimiento de omnipotencia; la creencia de ser responsables, no ante sus colegas o la opinión pública, sino ante las instancias superiores de Dios o la Historia; creencia inamovible de que serán justificados en ese tribunal superior; inquietud, irreflexión e impulsividad; pérdida de contacto con la realidad y progresivo aislamiento en las galerías de palacio. El treceavo síntoma es clásico: una tendencia a creer que su visión y su talante moral es suficiente para justificar sus acciones, haciendo innecesario considerar aspectos tales como viabilidad, costo y posibilidad de obtener resultados no deseados, es decir “una obstinada negativa a cambiar de rumbo”. Y el catorceavo y último signo, tal vez el más preocupante: “Un consiguiente tipo de incompetencia para ejecutar una política, que podría denominarse incompetencia propia de la hybris. Es aquí donde se tuercen las cosas, precisamente porque el exceso de confianza ha llevado al líder a no tomarse la molestia de preocuparse por los aspectos prácticos de la directriz política.”


La probabilidad de que un líder sucumba a este síndrome de hybris depende de las circunstancias en que ostenta el cargo, dice Owen, e identifica tres factores clave: un éxito aplastante en la consecución y conservación del poder; un contexto político en el que hay unas limitaciones mínimas al ejercicio de la autoridad personal por parte del líder, y el tiempo que éste permanece en el poder.


Aunque es lógica la tentación de aplicar el análisis de Owen a nuestro entorno político, en el que resulta fácil detectar, aislados o en conjunto, los síntomas y signos descritos, lo que es claro es que hoy la paz del mundo está en vilo por un síndrome de hybris de pronóstico reservado, el que aqueja al Presidente ruso Vladimir Putin. Durante estos días aciagos de la invasión a Ucrania, el llamado nuevo zar ha dado muestras contundentes, no de tres o cuatro de los síntomas y signos, sino de virtualmente todos ellos al unísono. Más allá de consideraciones geopolíticas y pugnas hegemónicas, es verdaderamente trágico lo que una mente distorsionada puede causar en términos de sufrimiento y muerte. La historia nos enseña una vez más la importancia de la vida democrática y la acción política para acotar el poder de los líderes y evitarles la pena, y a nosotros la desgracia, de dejarse llevar por el síndrome de hybris.

bottom of page