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La fuerza del migrante oaxaqueño - Martín Vásquez Villalnueva @martinvasquezv


Martín Vásquez Villanueva



Es difícil encontrar una familia oaxaqueña que no cuente con al menos un migrante entre sus miembros. Y es difícil encontrar un migrante oaxaqueño que no mantenga vivas sus raíces, sus lazos familiares y su amor por la tierra que lo vio nacer.

Lo cierto es que, aunque solemos darla por sentada, la migración oaxaqueña es una fuerza social de gran calado, que se hace sentir tanto en nuestra propia tierra como en los numerosos y variados territorios en que se asienta. No hay que pasar por alto que un primer movimiento migratorio se da al interior mismo del estado, concretamente hacia Valles Centrales, donde las ocho regiones se ven ampliamente representadas en los barrios y colonias de Oaxaca de Juárez, Santa Cruz Xoxocotlán y Santa Lucía del Camino, por mencionar los municipios más grandes y con los mayores asentamientos humanos. Un segundo círculo de migración ocurre a nivel nacional, llevando a los oaxaqueños a diferentes entidades de la República Mexicana, principalmente y en orden descendente al Estado de México, la Ciudad de México, Baja California, Veracruz, Puebla y Sinaloa. Por último, un tercer círculo se proyecta al extranjero, mayoritariamente a los Estados Unidos de América, sobre todo al estado de California pero también a Nueva York, Nueva Jersey, Florida y Texas.

Sé que no yerro al afirmar que el oaxaqueño es exitoso en sí mismo, nada más con que le den la oportunidad. Se cuentan por miles las historias de éxito entre los migrantes, ya sea de empresarios, restauranteros, artistas o simplemente trabajadores en las diferentes ramas de servicios, la construcción, la hotelería, la gastronomía. Por todas partes se encuentra uno con oaxaqueños que han logrado abrirse camino y que gozan de una vida productiva y feliz en sus nuevos lugares de residencia.

Como botón de muestra les voy a hablar de un caso concreto. Yo quise mucho al gran músico de origen zapoteco Narciso Lico Carrillo, creador de bandas tradicionales y de escuelas de música en muchos pueblos de Oaxaca. Murió en 2015 a la edad de 59 años y siempre lo he recordado. Narciso tuvo cinco hijos, todos ellos con la sensibilidad artística de su padre, y uno de ellos, Raúl, vive en Los Ángeles y ha triunfado en muy poco tiempo como empresario. Hizo una escuela de música, como su padre, honrándolo: la Lico Music Academy. La vez pasada que conversé con él me dijo que antes de la pandemia llegó a tener 400 alumnos y que ahora, en la era post pandémica, tiene alrededor de 250. Levantó su sede y cuenta con un autobús y una cuadrilla de camionetas para llevar y traer a los niños y jóvenes, y con ello está creando un auténtico movimiento cultural en la región angelina.

Hay en el migrante oaxaqueño un compromiso de ayuda. No olvida la tradición del tequio y la Guelaguetza, no nada más en el sentido de la fiesta de los lunes del Cerro, sino sobre todo en la acepción del vocablo que significa el servir, el dar, el compartir. Por eso es que los migrantes han sido tan solidarios mandando las remesas a sus familiares que se quedaron aquí, los ancianos, los niños, en espera de volverse a reunir un día. Por lo pronto no falta el alimento en la casa, no falta de que se construya un cuarto adicional o de que se ayude para que los niños estudien. Al fortalecer la economía familiar fortalece la economía oaxaqueña, y más en tiempos de crisis, por lo que, según los reportes del Banco de México, mes con mes fue incrementándose el monto de las remesas enviadas durante estos años difíciles. Se preocuparon por lo que pasaba en su estado durante la pandemia y, aunque no pudieron venir debido al gran acierto de cerrar los pueblos que se rigen por el sistema normativo de usos y costumbres, en todo momento estuvieron apoyando.

Por la gran fuerza positiva que representan para el estado nuestros migrantes y como agradecimiento a su voluntad de mantener y cultivar su raigambre a nuestra tierra y nuestro pueblo, por todo esto es que voy a dedicarles a ellos el maratón que estoy por correr en la ciudad de Nueva York a principios del mes que entra. La distancia del maratón es de 42 kilómetros 195 metros y me he preparado exhaustivamente para llegar a la meta. Sé que habrá muchos paisanos ese día en Nueva York, algunos corriendo junto a mí y otros como espectadores en las calles a todo lo largo del recorrido. Quiero que sepan, y por eso lo digo desde aquí, que corro también por ellos y por todo lo que significan.


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