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La salud del gobernante - Martín Vásquez Villanueva @martinvasquezv


Martín Vásquez Villanueva


En un libro magnífico, titulado En el poder y en la enfermedad (Siruela, 2015), el médico y político británico David Owen aborda un tema de capital importancia para la vida pública. En este ensayo ampliamente documentado, Owen, neurólogo y en diferentes momentos ministro de Salud y de Relaciones Exteriores del Reino Unido, explora la cuestión de cómo la salud tanto física como mental de los jefes de Estado y de Gobierno influye en sus políticas y su toma de decisiones.


Por las páginas de este libro vemos desfilar a los líderes del siglo XX y sus patologías como ante un anfiteatro médico. Del asma y el trastorno bipolar del presidente estadounidense Theodore Roosevelt al síndrome depresivo, la malaria cerebral y la esclerosis lateral amiotrófica del líder histórico chino Mao Zedong, pasando por la hipocondría, el insomnio y la enfermedad coronaria de Hitler o la hipertensión, el infarto del miocardio y la enfermedad de Cröhn (ileítis) del presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower. En capítulos aparte, caracterizados como “Historiales”, por decir historias clínicas, Owen trata en mayor detalle algunos casos particulares: la probable influencia de las secuelas por una deficiente cirugía de vías biliares que padecía el ministro de Relaciones Exteriores británico, Anthony Eden, en la crisis del Canal de Suez en 1956; la enfermedad de Addison (insuficiencia de la corteza suprerrenal) que sufría desde joven y en secreto el presidente Kennedy y su probable repercusión en las decisiones que llevaron al sonado fracaso de la invasión a Bahía de Cochinos en 1961; la leucemia linfocítica del sah de Persia, Mohammad Reza Pahleví, y su relación con la revolución iraní de la década de 1970, y el cáncer de próstata en estado avanzado que padeció durante toda su gestión, entre 1981 y 1995, el presidente francés François Mitterrand.


Aunque Owen escribe sobre líderes mundiales, sobre todo alrededor del periodo que le tocó fungir como ministro de Relaciones Exteriores, y con un sesgo natural hacia los países de tradición anglosajona, la primera pregunta que surge al leerlo es cuál es la situación entre nosotros, cómo se relaciona en nuestro medio la salud del gobernante con su desempeño en el cargo. El expediente de salud de una persona es algo privado, indudablemente, pero siendo el político una figura pública, ¿no debe hacerse público también su historial clínico?


A principios de año el Presidente de la República se sometió a un estudio de cateterismo cardiaco y dio un ejemplo de transparencia al evitar la secrecía al respecto. Con antecedentes de hipertensión y de un infarto al miocardio hace cerca de una década, se le hacen exámenes de rutina cada seis meses. Como resultado de la última batería de pruebas que se le realizó, los médicos concluyeron que valía la pena explorar con mayor detalle y decidieron practicarle el cateterismo, un procedimiento mínimamente invasivo que arroja muy buena información. “En este procedimiento —se lee en el parte médico del Hospital Central Militar— se encontraron el corazón y las arterias del señor Presidente sanos y funcionando adecuadamente. No fue necesario realizar ningún otro tipo de intervención.” Una información que se vuelve particularmente relevante de cara al proceso de revocación de mandato que tenemos en puerta, puesto que, de haber sido al contrario, la constatación de una enfermedad coronaria de pronóstico reservado, se habrían generado serias dudas sobre la capacidad del Presidente de concluir su mandato.


Y no debería concernirnos solamente la salud del titular del Ejecutivo, sino la de todos nuestros gobernantes, tanto a nivel estatal como a nivel municipal, y sobre todo antes de asumir el cargo, cuando todavía son candidatos a elección popular. ¿Qué pasa cuando vemos a un candidato desvanecerse en un evento público? Un desmayo lo puede tener cualquiera, es cierto, por el calor o la fatiga o el ambiente enrarecido, pero un síncope también puede ser signo de algún problema de salud serio, una arritmia cardiaca, un episodio de hipoglucemia, un accidente vascular cerebral. La ciudadanía tiene el derecho a ser informada de qué sucedió en ese caso, porque el estado de salud de los candidatos debe ser uno de los elementos de juicio primordiales para tomar la decisión de por quién votar.


Esta y muchas otras conclusiones se pueden sacar de un ensayo tan rico como el de Lord David Owen, pero tal vez su mayor aportación es el análisis de lo que él llama el “síndrome de hybris”, esa especie de locura que da el poder y que será el tema de mi próximo artículo.

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