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Belmondo - Martín Vásquez @martinvasquezv


Martín Vásquez Villanueva @martinvasquezv   Hace justo una semana, el lunes 6 de septiembre, murió el gran actor francés Jean-Paul Belmondo y su partida encendió la nostalgia universal por una época, un estilo, un mundo. Se fue, a los 88 años, el gran seductor, el pillo carismático, el héroe de la sonrisa icónica.

Hijo de un escultor argelino de ascendencia siciliana, Belmondo practicó el futbol y el box antes de comenzar su carrera cinematográfica, en la que, además del actor tan taquillero que llegó a ser en su momento, fue también el doble de sí mismo. Cuántas veces lo vimos agarrarse a puñetazos, chocar a toda velocidad, morir en la pantalla. Actuó en decenas de obras de teatro y, bajo la dirección de los más célebres cineastas franceses de la segunda mitad del siglo XX, en casi 80 películas que van de las obras de culto de la Nueva Ola del cine francés, como Sin aliento (1960) o Pierrot le fou (1965), de Jean-Luc Godard, a películas de acción que fueron muy populares, como El magnífico (1973), de Philippe de Broca, y dramas románticos como La sirena del Mississippi (1969), de François Truffaut, donde alterna famosamente con Catherine Deneuve. Un gigante de la pantalla, sin duda.

Pienso en la muerte de Belmondo y no puedo sino pensar también en otros homenajes fúnebres de septiembre. Por un lado, los muertos de los terremotos del 19 de septiembre de 1985 en la Ciudad de México y del 7 de septiembre de 2017 en Oaxaca; por otro, los casi 3,000 muertos de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York, conmemorado en su vigésimo aniversario este sábado pasado. Y pienso en la diferencia: mientras que en estos casos los homenajes respectivos son de lamento por una pérdida que no debía haber ocurrido, en casos como el de Belmondo el homenaje es de celebración por una vida plena que simplemente llegó a su ineludible término. Tristeza amarga, rabia, dolor y silencio en aquellos casos; tristeza dulce, tal vez nostalgia y hasta alegría en este otro, y aplausos.

El jueves 9 Francia brindó a Belmondo un gran homenaje nacional con honores de Estado. Tras un minuto de silencio y después de oírse los acordes de La Marsellesa, el féretro del actor entró al patio de honor de Los Inválidos de París a hombros de la Guardia Republicana, con redoble de tambores y cubierto por una bandera francesa. Un nieto de Belmondo habló a nombre de la familia para decir que su abuelo había sido y seguiría siendo un sol “que no sale, que siempre está a las 10, un sol eterno”.

El Presidente de la República, Emmanuel Macron, tomó la palabra y habló con increíble cariño y sentimiento de quien, dijo, había “acompañando a Francia, para lo bueno y lo malo, durante más de seis décadas de cambios dentro y fuera de la gran pantalla”. Un rostro que era como de la familia, que hacía fácil la risa y que era un poco como todos. Engarzando ingeniosamente los títulos de la amplia filmografía sobre las frases de su discurso, Macron fue describiendo la vida y la obra de Belmondo, un hombre por fin sencillo, “sin pretensiones, sin buscar jamás cargar una tesis, sólo estando ahí, encarnando un día a un sacerdote asediado por las cuestiones metafísicas en León Morin, otro día a un industrial de la prensa venido de América, a un ácido crítico de la sociedad de consumo en El cuerpo de mi enemigo, a un superespía en una misión en México tras la pista no muy sólida de un escritor perdido, a un policía, a un matón, magnífico siempre.”

Lo más emocionante, pienso, se dio cuando, hacia el final de la ceremonia, en los momentos en que la Guardia Republicana volvió a llevar en hombros el féretro y comenzó a pasearlo por el patio de honor, seguido de la familia, la orquesta elevó los acordes de Chi Mai, de Ennio Morricone, banda sonora de la película El profesional (1981), de Georges Lautner. Belmondo encarna en esta historia al agente secreto Josselin Beaumont, que, después de peripecia y media, termina la película envuelto en la música de Morricone, caminando por una calzada de pasto para subir al helicóptero que lo espera allá a lo lejos… Au revoir, Belmondo.


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